De 0 a 100 km/h: cumpliendo sueños
Llegué al punto de encuentro, en el Paseo de Recoletos esquina con Prim, antes de la hora acordada. Después de las presentaciones y los comentarios nerviosos sobre la aventura que íbamos a comenzar, nos subimos al autobús rumbo al Centro de alto rendimiento que ILUNION Seguridad tiene en Brunete. Entonces comenzó a forjarse uno de los recuerdos que siempre me acompañará.
Y es que hay cosas que no se olvidan por mucho tiempo que pase. Yo nunca podré borrar el recuerdo de mis padres sobre mi discapacidad y que tantas veces han compartido conmigo. Cómo se enfrentaron a aquella situación, hace ya más de treinta años, de que su primer hijo llegase al mundo con una importante discapacidad visual que marcaría el resto de su vida y que siempre le diferenciaría del resto de niños.
Pasados aquellos primeros meses de no saber bien qué hacer, haber recorrido infinitas salas de esperas de médicos de toda clase y condición y comprobar que el primer impacto poco a poco se va suavizando, todo cambia. Y así hasta hoy. Y si desde entonces hay algo que tengo que agradecer a mis padres es la normalización más absoluta de mi discapacidad y haberme inculcado que el esfuerzo es la única vía posible para conseguir lo que uno se proponga. Aunque siempre ha habido limitaciones.
El instituto, la universidad, los primeros trabajos, los viajes con amigos de aquí y de allá y volver a vivir y trabajar en Madrid son ligeras pinceladas de mi vida hasta que hace unos meses recalé en el departamento de Comunicación de ILUNION, el grupo de empresas sociales de la ONCE y su Fundación. Un lugar en el que cuando uno entra por la puerta tiene que dejar aparcados los complejos y los miedos porque aquí las discapacidades no son más que diferencias y las diferencias sólo pueden sumar.
Con mí vuelta a Madrid, donde ya había estudiado la carrera y el máster, entré en contacto con los jóvenes de la ONCE a través de una inesperada llamada, que además me llevaría a cumplir uno de los sueños que siempre he tenido: conducir un coche. Un imposible hasta ese momento, por mucho esfuerzo y constancia que pusiera.
Durante la conversación, un comentario despertó mi curiosidad y un par de horas más tarde ya había confirmado mi asistencia junto a un grupo de jóvenes afiliados a unas prácticas de conducción en el circuito de ILUNION Seguridad. Nervios e inseguridad fueron mis compañeros de viaje hasta que llegó aquel día que llegué de los primeros a la calle Prim.
Nervios que se agudizaron una vez en Brunete y cuando llegó el momento de sentarme en el asiento del piloto, encontrar la altura idónea, ponerme el cinturón de seguridad, girar la llave y combinar embrague y acelerador con suaves movimientos de volante. El coche que llevaba con mis manos empezó a andar mientras escuchaba las voces de mi instructor al lado, guiándome por lo que ya era una realidad. Uno de recuerdos que quedará grabado para siempre en el cajón de los momentos únicos que nos acompañan en nuestro camino.
Hoy, con el sabor de la adrenalina en mis labios, después de haber vivido aquella experiencia única junto a mis compañeros de la ONCE, estoy más convencido de que los límites, y los sueños a veces se cruzan y nos devuelven la libertad durante unos instantes en los que rompemos con aquello que nos viene prohibido “de serie”.
Una experiencia que me ha enseñado a vivir intensamente los momentos en los que los sueños se convierten en realidad, a valorar lo que cada día puedo hacer echando a un lado una discapacidad visual con la que ya he aprendido a convivir pacíficamente, pero, sobre todo, a dejar los límites a un lado y no abandonar la lucha por conseguir nuestros sueños, por imposibles que estos sean.
José Manuel Martín Herrero, técnico de Comunicación en ILUNION
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